13.8.07

LA IMPORTANCIA DEL MURO

El elemento de la construcción de mayor complejidad inventado por el hombre primitivo ha sido el muro. El dolmen (en realidad una gran piedra apoyada sobre recios soportes también de piedra) y el menhir son unidades aisladas, más emparentadas con las columnas que con los muros; además constituían objetos simbólicos, destinados a honrar dioses antes que construcciones útiles, capaces de proteger materialmente al hombre.

Para ello estaba la gruta, el más primitivo de los habitáculos, en la que la caja muraria estaba simplemente provista por la naturaleza: el hombre en ella sólo se debe haber limitado a mover una piedra, en el peor de los casos y luego, para marcar su territorio, a decorarla con pinturas de manos y animales.

Cuando el hombre decidió salir al exterior, es decir, a abandonar ese cobijo elemental, se vio precisado a imaginar el muro y construir así el primer habitáculo artificial hecho con sus propias manos.

Desde luego su factura debía ser sólida y de apreciable espesor, capaz de soportar los vientos y los posibles ataques de los animales feroces. No es difícil suponer entonces que este muro fuera de piedra cuyo tamaño estuviera relacionado con la capacidad de ser cargada y transportada por el hombre constructor, a lo sumo dos. Esto puede ser verdad en la “arquitectura” doméstica pero seguramente no lo era cuando se comenzaron a erigir construcciones alegóricas o míticas, destinada a honrar a sus dioses; allí debía quedar explícita la voluntad de poner de manifiesto el mayor de los esfuerzos y la voluntad, como manera de venerarlos y por eso aumentaron el tamaño pétreo del lugar donde ofrecían sus ceremonias, sus ofrendas y seguramente sus sacrificios.

Pero también estos mampuestos primitivos sirvieron para delimitar los territorios y para contener la manada, procedimiento usado todavía en la actualidad (denominado “pirca”) en zonas montañosas.

En lugares próximos a los cursos de agua en donde era posible realizar una argamasa o donde, como en algunas regiones del sur de Europa, se descubrieron las virtudes de una suerte de cemento natural llamado “puzzolana”, las partes que constituían el mampuesto se ligaron usándolos y dando mayor rigidez al muro. Donde se carecían de ellos, entonces se labraban las piedras con minuciosa precisión.

Pero los cursos de agua no sólo sirvieron para efectuar la argamasa, sino, y esto fue mucho más importante, para fabricar el material que reemplazaba a la piedra: el ladrillo, un instrumento de la construcción totalmente creado por el hombre. La destreza y la imaginación de los arquitectos babilónicos, a orillas de Éufrates, lograron maravillosos altorrelieves con mampuestos ya conocidos.
Por carecer de piezas de gran tamaño para adintelar un recinto y sólo unidades pequeñas, el hombre inventó el arco, el más inteligente modo de reemplazar la flexocompresión por la compresión pura.